La mejor amiga de la nena


La mejor amiga de la nena

Mi hija y Sabrina son amigas desde hace varios años, desde que jugaban a las muñecas juntas. Recuerdo que siempre ibamos los tres a pasear y a pasar las tardes de los domingos con risas, bromas y juegos. Una vez la madre de Sabrina me contó que ella me consideraba como el padre que nunca tuvo, lo que reforzó mi interés en ella… Creo que en cierta forma, siempre intenté ser como su padre.
El tiempo transcurrió y Sabrina pasó de ser una niña ingenua y fresca a una adolescente hermosa, curiosa y con toda la vida por delante. De la noche a la mañana empecé a mirarla y a tratarla como una mujer. Con sus recientes dieciséis años, me sentía totalmente derretido ante los encantos de esta nueva mina: alta, bien blanca, pelo castaño claro muy largo y lacio, hermoso rostro adolescente, con una sonrisa hechizante. Espectaculares tetas, su cintura tiene la forma exacta de mis manos (será de tanto que lo moldeé durante años), sus piernas hacen juego con su espectacular cola…
Nuestra relación no varió en lo mas mínimo. Es más, creo que se fue afianzando cada vez más. Mi hija siempre estuvo contenta de que Sabri y yo tuviéramos esa relación de padre e hija, ya que ellas son como hermanitas. Siempre de un lado para otro juntas, muchas veces mi hija dormía en casa de Sabri y otras tantas Sabrina venía a dormir a casa.
Una noche tormentosa de verano escucho el timbre de la puerta. Me pareció raro debido a la hora y a que no esperaba a nadie. Mi mujer y mi hija se habían ido a Rosario a visitar a familiares, por lo que me encontraba absolutamente solo. ¿Quién iba a tocar a la puerta con semejante tormenta? Abrí y ahí la ví… Parecía un ángel caído del cielo y herida en un ala bajo la lluvia. Ahí estaba Sabri bajo la tormenta, con la mirada baja y sus ojos rojos, por lo que adivinaba que había estado llorando. Sus manos estaban juntas delante de su falda. Las gotas de agua acariciaban su pelo ya húmedo y recorrían desde su raíz hasta la punta para caer en el felpudo de bienvenida que tengo en mi casa.
Ella levantó levemente la mirada y al encontrarme, se largó en un llanto desconsolado abrazándome con todas sus fuerzas. Yo la abracé con todo mi amor de padre, y sin mediar palabra, la invité a pasar a casa. Tomé un toallón y empecé a secar su cabecita y su triste cara. La acompañé al cuarto de mi hija y la invité para que se cambie su ropa mojada por algo más cómodo y seco. Volví al living un poco preocupado por el estado de Sabri. Al rato, aparece ella con una camisa mía como si fuese un camisón. Tenía las mangas largas y el largo de la camisa dejaba ver sus hermosas piernas y apenas tapando sus partes eróticas.
-No te enojes, pero preferí buscar algo tuyo… me pasé a tu pieza y tomé prestada una de tus camisas.
Esa imagen provocó un cosquilleo en mi cuerpo… Nos sentamos juntos en el sillón y preparé café para los dos. Nos pusimos a charlar de lo que le ocurría. Sabri acababa de tener una discusión muy fuerte con su madre…
-Discutimos y me fui de casa corriendo… Cuando me di cuenta, no sabía a dónde ir. No sé si hice bien, pero vos sos como mi papi postizo y realmente me hacés sentir bien, por eso vine.
Hablamos mucho y realmente el problema no era grave, apenas una de las tantas discusiones que tienen los padres con sus hijos adolescentes, pero lo que realmente me agradó es que Sabri hubiera acudido a mí…
Estuvimos mucho tiempo charlando, ella se distendió bastante. Rememoramos historias de la infancia y nos reímos mucho.
-Gracias por hacerme sentir bien, papi.
Era la primera vez que Sabri me llamaba “papi”. Sentí alegría, pero cuando una vez que terminó su frase se acercó a mí y me abrazó muy cariñosamente, mi cabeza se dio vuelta y no pude pensar en Sabri como una hija, sino como la terrible hembra que es….
-¿Qué es esto papi? -preguntó curiosa y con una expresión de inocencia que me sonó fingida. Me puse tenso y nervioso, dado que ella había descubierto la terrible erección que no pude contener. De los nervios, traté de alejar un poco mi cuerpo del de ella y minimicé la situación…
-Nada Sabri…perdóname, pero no me malentiendas…
- No, no, papi, no te avergüences, en realidad soy un poco curiosa. No lo vas a creer, pero nunca había sentido “eso” cerca de mí…
- No te creo. ¿Me estás insinuando que sos virgen?
- Sí, lo soy…. ¿Por qué? ¿Es difícil de creer?
Claro que era muy difícil de creer. Sabri es una belleza a la que todo el mundo se da vuelta para mirar, con cara de nena y un lomo de vedette de teatro de revistas.
- Es que nunca conocí a nadie que realmente me llame la atención para que pueda ser mi “maestro”
- Qué raro… ¿Nunca conociste a nadie que te guste?
- Bueno…. En realidad sí… Vos me gustás y siempre quise que vos seas mi maestro.
Casi muero al escuchar esas palabras. Sabri no sólo era virgen, sino que estaba conmigo para que la haga mujer. Una sucesión de emociones encontradas me sacudió en ese instante: por un lado, una sensación de prohibido me impelía a rechazarla paternalmente y por otro, todas mis hormonas estaban revolucionada con esa adolescente fresca y hermosa derritiéndome con su mirada llena de lujuria y su espectacular cuerpo en acción.
Ella volvió a acercarse para volver a sentir la dureza de mi pija. Estaba más dura que nunca. La tomó con sus manos y la palpó con una expresión mezcla de nena inocente y de terrible puta experimentada.
- Papi, está re-dura. ¿Qué tengo que hacer? (Cada vez que me decía “Papi”, poniendo trompita con esos labios rojos y carnosos, mi pija pegaba un respingo)
- Bebota, papi te va a enseñar todo hoy…
Me acerqué más y nos confundimos en un beso desesperado, un beso que había estado contenido por muchos años y que explotó esa noche como un volcán en erupción. Mis manos desabrochaban los botones de su camisa, mientras mi lengua jugueteaba con la de ella. Me bajé los pantalones y los calzoncillos para que mi nena pudiera por primera vez, contemplar mi pija en todo su esplendor.
Ella no lo dudó, la agarró con sus dos manos y empezó a acariciármela. La pendeja ya estaba transfigurada, jadeaba y no podía disimular su calentura.
- Me encanta, papito, es muy grande, enseñame a hacer lo que te gusta.
- Pará, bebota, primero papito quiere conocer tu cuerpo.
La fui desnudando como quien descubre una obra de arte. Ni en sueños habría imaginado una mujer semejante, con ese cuerpo, que era una invitación a la Gloria y esa piel increíble.
Tomé su cuerpo desnudo y la recosté en el sofá. Comencé a besar su cuello despacito e intercambiándolos con pequeños mordiscones de un lado y del otro del cuello. Ella se retorcía de placer.
- Papi, siento cosquillitas en todo el cuerpo y aquí abajo también…
Mis besos fueron bajando lentamente para encontrarme con sus tetas redondas y duras, con dos pezones como frutas tentadoras. Comencé a tocar sus pechos lentamente solamente con la yema de mis dedos, tratando de no rozar sus pezones. Llevé un dedo a sus labios y ella instintivamente se lo mandó a la boca. Retiré mi dedo índice de su boca y le unté con su saliva el pezón izquierdo, lo que le provocó un suspiro fuerte y seco. Acerqué mi lengua a su otro pezón mientras no dejaba de acariciarle el izquierdo. Con la puntita de la lengua empecé a juguetear. Ella se retorcía y ya no podía contener el vaivén de su pelvis.
- ¡Me fascina, seguí así! Me hace temblar todo el cuerpo.-ronroneaba mientras se hundía las manos en la entrepierna.
Continué por varios minutos el jugueteo. Primero con uno y luego con otro pezón y otra vez al primero… Seguí hasta que no pudo contener sus gemidos.
- ¿Te gustó, bebota?
- Eso fue un orgasmo, ¿no? No me vas a creer, pero nunca había tenido uno…
- Hoy papi se va a engolosinar con tus orgasmos, mi nena.
Me miró a los ojos y sonrió de forma compinche. Mis besos siguieron bajando, mordisqueando su pancita y tocando siempre con la yema de mis dedos su vientre. Salteé su sexo a propósito, y seguí con sus piernas y después con sus adorables patitas; saboreé dedito por dedito mientras ella se retorcía y no paraba de jadear. Luego continué otra vez subiendo por sus piernas maravillosas. Mordisqueaba sus muslos internos y cada vez más me acercaba a su virgen cuevita…
- ¡Me encanta, papito! Haceme sentir mujer…
No pude resistir ese ruego… Contemplé por un segundo su conchita tentadora, apenas abierta y comencé a chuparla como nunca lo había hecho con otra mujer. Puse mucha, pero mucha dedicación a su clítoris, que nunca había sido tocado por nadie. Sabri gemía y gritaba como una gata en celo. Sentí cómo se mojaba rápidamente y acababa con un orgasmo extremadamente explosivo.
- Papi, ¿qué me hiciste? ¡Quiero más de eso!
Seguí chupándole el clítoris, pero esta vez metiéndole un dedito en su virgen conchita para que fuera sintiendo de a poco el placer de ser penetrada. Estuve un tiempo jugueteando con mi lengua y con mi dedo, hasta que Sabri se derritió en otro orgasmo eléctrico.
- Vení bebota, juguemos al “ico ico caballito”. ¿Te acordás cuando te me subías arriba y cabalgabas?
- Si, papi, siempre me gustó que me hicieras caballito.
Inmediatamente me acosté boca arriba y Sabri se me sentó encima. No sabía cómo moverse, ni cómo ponerse, así que acomodé su virgen conchita, le abrí apenas sus gajitos para que sintiera el tronco de mi pija que estaba a punto de estallar y se la fui apoyando de a poco, con mucha delicadeza. La senté de tal forma que con sólo el vaivén, los labios abiertos de su conchita recorrían el tronco de mi pija sin que hubiese penetración. Mi verga estaba muy parada y la coloqué sobre mi pancita para poder comenzar a jugar. Ella se sentó y con mis manos en su cintura empecé a enseñarle el movimiento de vaivén que tenía que hacer para poder recorrer mi pija, pero Sabri se descontroló inmediatamente, yendo cada vez más y más fuerte…. Tenía muchas ganas de aprender a cabalgar…
- ¡Ico, ico caballito!- gritaba jadeando, moviéndose con total desenfreno.
- Así, bebota, cabalgame que dentro de muy poco la vas a tener toda adentro.
- ¡Sí, papi la quiero adentro, enseñame, pa!
- Primero cabalgame bien, que tenés que practicar…
Sabri me cabalgó por algunos minutos más, hasta que con un alarido me anunció que estaba acabando una vez más.
- Ahora vas a sentir a papi…
Sin salir de nuestra posición, tomé mi pija que estaba más dura que nunca y acomodé la cabeza en la puerta de su conchita. Sabri no paraba de gemir y de golpe, se la fui metiendo. Pude sentir cómo su himen se rompía y mi pila se abría camino en su hirviente concha… Era increíblemente estrecha y eso me calentaba aún más. Un alarido furibundo rompió el silencio de la noche. El grito de Sabri expresaba dolor con placer indistintamente. Su cara cambiaba de expresión continuamente, pero a la vez no podía dejar de moverse sintiendo por primera vez mi dura pija bien adentro. Mi glande invasor embestía contra el interior de Sabri que no paraba de gemir y gritar de placer.
Mi pija entraba y salía con una velocidad impresionante, la misma velocidad que Sabri estaba imponiendo y que su propia calentura le impelía.
- Papi, acabame toda, llename de vos.
Esa sola frase fue el gatillo que me anunció que ya no podía contenerme más, así que de golpe se la saqué y en un segundo la tumbé boca arriba y comencé a acabarle en las tetas y la panza potentes chorros de leche espesa. Ella seguía contorsionándose de placer y no paraba de tener un orgasmo tras otro, era una máquina de acabar. Nos recostamos abrazados y nos quedamos apretados con infinita ternura.
- Me fascinó, papi… Nunca sentí algo así en mi vida… Me mataste.
- ¿Te gustó la pija de papi?
- ¿Gustarme? Me parece que me voy a hacer adicta. Lo que si, ahora me duele un poco.
- Es lógico que te duela la primera vez.
- Es una lástima porque quiero más, pero tengo miedo de lastimarme…
¡La bebota quería mas! Cómo me iba a negar.
- No te preocupes bebota… Si te duele por adelante, papi te va a enseñar por atrás…- le dije mientras no paraba de besarla. Ya que estaba, la hacía completa; de ninguna manera me iba a perder ese culo de diosa adolescente.
- Me va a doler por la cola.
- ¿No confiás en mí? Yo te voy a cuidar y te voy a enseñar a disfrutar con todo tu cuerpo.
Dicho esto, la puse en cuatro y empecé a mordisquear los cachetes de su alucinante culo. Ella lo aceptaba como una gatita complaciente y mimosa. Combinaba mis mordiscos con besos y lengüetazos en sus cachas y de a poco fui llegando a su agujerito… Cuando llegué con la punta de mi lengua, ella se resistió un poco…
- Shhh, calmate, bebota, que te va a gustar…
Con la punta de mi lengua empecé a juguetear la puerta de su cuevita trasera hasta que empezó a relajarse y dilatarse.
Mi lengua enloqueció con su sabroso botón, se lo saboreaba como si se tratara de la más deliciosa golosina, mientras le metía dos dedos en su conchita y sacando los jugos, los llevaba a su culito para poder lubricarlo mejor. Cuando Sabri estaba gozando como posesa, me levanté y le apoyé la punta de mi pija otra vez al palo. Con un leve movimiento se la fui enterrando. Un nuevo alarido se escuchó en la noche cuando empujé toda mi pija bien adentro de su hermoso culo.
- Ay, papi, me estas rompiendo toda… me duele mucho.
- Si te duele mucho, te la saco.
- ¡Ni, loca! Rompémelo bien, papito… Cogeme toda.
Ver como la angelical Sabri se convertía en una puta infernal me calentó de tal forma que empecé a embestir con mucha fuerza en su culo hasta que acabamos juntos en un polvo inolvidable…
- Gracias papi… sos increíble. Me imagino que este es el principio de las muchas lecciones que me vas a dar ¿no?
¿Cómo negarme a disfrutar de semejante maravilla? Me importa tres carajos que ella sea la hermana postiza de mi hija, que yo sea casi su padre; en la cama somos un macho y una hembra sedientos de pasión y todo lo demás no cuenta. Hoy, cinco años después, nadie sabe de nuestra intimidad y de lo que significamos el uno para el otro. Sólo sé del inmenso placer que nos prodigamos y de que nuestra felicidad cuando estamos juntos, no tiene techo. 

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