Me cogi a la pendeja de la peluqueria

sta historia comenzó en la peluquería donde me corto el pelo. Pablo el coiffeur, y encargado del local, es un tipo piola, con quien nos conocemos hace más de cinco años. Suelo ir cada 30 días aproximadamente. Mayoritariamente en la peluquería trabajan mujeres, tanto las recepcionistas, las que lavan el cabello, las de las uñas, las que peinan, etc., y le suelo comentar a Cristian, “que buen material tenés, se ve que sabes elegir…” 

Las dos últimas veces que fui, identifiqué a una recepcionista muy atractiva, de nombre Dolores, morocha, muy agradable en el trato, muy linda de rostro, más de 1,70 cm, con un cuerpo armonioso, una cola bien dura, y unos pechos que se traslucían detrás de su musculosa con unos pezones rosados muy comestibles . Fue ella quien me preparo previo al corte. Es decir, me lavó el pelo, me masajeó la cabeza de manera fantástica, mientras hablábamos de generalidades. 

Me ratoneaba mal con esa pendeja de no más de 20 años. Me enjuagó una y otra vez con delicadeza, suavidad, dejándome en las manos de Pablo, mientras se retiraba con su andar felino. 

Le comente a Pablo mis ratones con esta nena, y me dijo “Avanzála, dale para adelante, le gustan los tipos grandes y sobre todo maduros; su sueño es trabajar de modelo, le gusta salir, divertirse y pasarla bien. Dicen que le encanta coger y es bien puta la morocha”. 

Cuando terminaron conmigo, antes de irme, fui hasta donde estaba Dolores, le agradecí su atención y le dejé una buena propina por su servicio. Me miró sorprendida, agradeció llamándome por mi nombre y eso me fulminó. Le contesté en voz baja, “me volvés loco”, me sonrió y me fui. 

Al otro día, llamé por teléfono a la peluquería, pregunté por ella, y le dije quien era. Se acordaba por supuesto, y le dije quiero conocerte, me gustás mucho pero me dijo que no podía hablar en ese momento. Entendí y corté. 

Volví a llamarla un par de veces más durante esa semana, hasta que finalmente me dijo que pasara a buscarla a las 21hs cuando salía de la peluquería. Nos encontramos a la salida, y nos fuimos a tomar algo. 

Hablamos de todo, pegamos buena onda de entrada, me preguntó si estaba casado lo cual no negué para evitar quilombos posteriores. Ella me dijo que estaba de novia para casarse pronto. Con las reglas de juego muy claras, nos tomamos de la mano, nos acariciamos, y ella de frente, me dijo, “Me gusta pasarla bien, cuando alguien me gusta y no doy vueltas, me fascinan los hombres maduros, por su experiencia, su inteligencia, porque saben como tratar a una mujer, y yo quiero aprender y experimentar”. 

Ese día nos comimos la boca mal, mucha lengua, mucha saliva, mucha calentura mutua, pero quedamos en volver a encontrarnos otro día a la misma hora. 

La pasé a buscar, y la invité a tomar algo. Fuimos a un bar piola que conozco, bien íntimo, y mientras tomábamos una cerveza, intercambiamos bromas, gustos sobre música, salidas, todo mezclado con miradas insinuantes, y palabras con doble sentido. 
Dolores era una pendeja que tenía un mix que me trastornaba, ya que oscilaba entre concheta, por momentos muy fina, delicada, pero por momentos era una rea divina. 

Para calentarme la guacha jugaba con sus dedos sobre mi mano, saboreaba lo que bebía en forma intensa, comía lenta y pausadamente, como disfrutando cada porción en su boca, se tocaba una y otra vez su cabello negro y rizado, iba al baño reiteradamente y me contaba que tenía un par de pequeñísimos tatuajes en su cuerpo, aunque sin darme detalles de su ubicación, y dejándolo librado a mi rica imaginación. En un momento, pude observar que tenía un piercing en su lengua, me pregunto si me gustaba, y le dije te digo después de conocer sus sensaciones en mi cuerpo, sonrió salvajemente, y me dijo tengo otras sorpresas para vos… 

Mientras por debajo de la mesa, sutilmente, me tocaba con uno de sus pies la poronga, franeleándome una y otra vez, notando como crecía y se ponía cada vez mas dura por sus artes, mientras me miraba y me preguntaba si me gustaba. 
La pendeja evidentemente a esta altura sabía lo que hacía, lo disfrutaba y le encantaba ver como un hombre maduro era preso de sus locuras y desenfado en público. 

Era una previa fantástica, porque a esta altura a los dos nos comía la calentura. 
Sin haberla tocado todavía, me imaginaba la conchita de Dolores toda húmeda, con todo lo que me estaba haciendo. Tomamos un café y nos fuimos. Mientras íbamos caminando, tomados de la mano, me agarró, me besó degeneradamente y con una de sus manos, me manoseó bien la pija arriba del pantalón a la vista de todo el mundo y me dijo, “la quiero dentro mío ya!!!!!” 

Nos tomamos un taxi y fuimos al telo más cercano. 

Dolores con su juventud, energía, quiso tomar la iniciativa, pero demasiado rápido. La tranquilice y le dije, “aquí mando yo”.

La desvestí lentamente, besándola por todo su cuerpo. Era perfecta, armónica, con un exquisito cavado que delineaba su cueva intima y un par de tatuajes sutiles en el culo. Dejé que ella hiciera lo mismo, me fuera desvistiendo y tocando cada parte de mi cuerpo. 

Arrancamos con un 69. Explorando cada parte de su intimidad, hasta encontrar la protuberancia de su clítoris, que comenzó a endurecerse y agigantarse al ritmo de mi lengua. 

Mientras Dolores se humedecía más y más, me encantaba sentir su boca cálida, y su lengua juvenil sobre mi verga madura, jugando mágicamente con mis bolas, mi glande, salivándolo de arriba hacia abajo acompañado de suaves movimientos con su mano. 
Mi experiencia y mi paciencia en el sexo oral, siguieron haciendo lo suyo sobre su clítoris, sintiendo como su cuerpo se retorcía de placer, se mojaba cada vez mas, me apretaba su púbis contra mi boca y sus orgasmos no tardaban en llegar. Dolores intento desprenderse de mi boca, pero no la dejé. La sujeté fuertemente de las caderas y le seguí introduciendo mi lengua y mis dedos en forma profunda en la vagina. Mi deseo era verla acabar una y otra vez, gritar de placer, hacerla prisionera del placer. 
Dolores se monto rápidamente arriba de mi verga, y comenzó a cabalgar salvajemente, mientras yo lamía sus pechos. Era una perra en celo, jadeando, gimiendo, y metiéndosela hasta el fondo, bien adentro, con movimientos que me la estrujaban, sintiendo las paredes de su concha estrecha, que hacían explotar mi poronga. 

Metía uno a uno mis dedos en su boca para que me los lamiera mientras seguía cabalgando, y una vez humedecidos comencé a metérselos en el culo, lo que la volvía loca , ya que sentía una especie de doble penetración. 

Me encantaba ver como la pendeja gozaba, acababa una y otra vez y humedecía mi verga con sus fluídos vaginales, y me decía lo bien que la cogía. 

Ese fue el momento, en que la agarré por atrás, boca abajo, le hice levantar bien la colita, puse unos almohadas debajo suyo, la tomé fuerte sus caderas y comencé a pegarle unas embestidas profundas dentro del culo, mientras gritaba terriblemente y me decía “hijo de puta, me estas matando!!!” Era tal la calentura que tenía, y el control mental de no irme rápido que al final no podía acabar. 

Sus ruegos fueron escuchados y después de un par de sacudidas profundas, violentas y ruidos del mueble chocar contra la pared, le inunde las entrañas con toda mi leche espesa y demorada. Terminamos exhaustos, pero con la satisfacción de habernos dado un mutuo placer y con nuestras fantasías cumplidas. 

Después de coger vinieron esas conversaciones que uno nunca debería iniciar. Le pregunté si el novio se la cogía así y me dijo que sí, que a ambos les enloquecía el sexo anal y que ella se ponía un strap y se lo cogía a él. Me llamó la atención. Le pregunté si siempre hacían eso y me dijo que no, que lo que más les gustaba era llevarse un amigo a la cama para que se los cogiera a los dos. Yo hice un comentario pelotudo: “Entonces tu novio es puto”. “No”, me dijo ella, “es bisex, y para nada amanerado. ¿A vos te parece puto?” Me asombró la respuesta. “¿Quién es tu novio?” le pregunté. “Pablo” respondió ella tranquilamente. “Está recaliente con vos hace mucho tiempo y yo desde que te conocí hace seis meses. Lo hablamos y coincidimos. La próxima vez nos juntamos los tres”. “Ni loco” dije yo. “¡Ay amor, no te olvides que Pablo tiene el teléfono de tu casa!”

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