Veronica, la amiga de mi esposa

Mi nombre es Luis y soy casado desde hace algunos años, mi esposa se llama Sara y la verdad es que nuestro matrimonio no es mejor ni peor que la media de las parejas normales. Hemos tenido nuestros encuentros y desencuentros, pero quizá la rutina, el trabajo y el afán de mejorar un poco nuestra situación económica, nos ha llevado a que últimamente no estemos pasando nuestro mejor momento. Es por eso que Sara trabaja casi todo el día, y yo tengo un taller en mi casa, por lo que nuestros horarios a menudo no coinciden para nada. 
Verónica es la mejor amiga de mi esposa, tiene nuestra edad y es soltera, es muy abierta a la amistad y divertida, pero si hay que nombrar un defecto es que es muy temerosa, por lo que generalmente si hay que cambiar una lamparita o arreglar una usina nuclear, siempre nos llama para que le demos una mano. 
Ese día yo estaba medio al pedo, por lo que cuando recibí la llamada de Sara no puse demasiados reparos 
-hola Luis, me llamó Vero, te necesitaba urgente- dijo riendo Sara 
- ¿Qué le pasó?- me pregunté cual sería ahora la necesidad de nuestra amiga, 
-Le ocurrió la terrible calamidad de que el lavarropas no anda, y ella parecía a punto de suicidarse.- dijo manteniendo la risa, y a la vez con un poco de culpa 
-bueno, ya voy en un rato- dije yo, quizá demostrando un poco más de pesar del que sentía realmente. 
Quise preguntarle a mi esposa como estaba pasando la mañana, pero ella no me dio tiempo, pues cortó de inmediato. 
Debo admitir que me gustaba ir a la casa de Vero, ella siempre fue el complemento de Sara, cuando mi mujer no está de humor, seguro que Vero la apaña y la contiene. Y eso hizo que yo con el tiempo fuera incorporándola a mi vida. Pero lo más significativo fue cuando yo me dí cuenta un par de veces que me miraba distinto. Y lejos de disgustarme yo también empecé a verla de otra forma. En vez de venir con ropa de entrecasa, comenzó a vestirse más sexy, el cambio fue lento pero significativo. Ella aducía que le gustaba un vecino nuestro y que quería verse bien. 
Realmente al principio me molestó y sentí un poco de celos de nuestro vecino. Quizá no eran celos, sino la incertidumbre de que o era yo o era el vecino. Hasta que ese día me saqué las dudas. 
Cuando llegué a la casa de Vero por el asunto del lavarropas, no me sorprendió verla con ropa de gimnasia, ahí me di cuenta de que realmente me gustaba su cuerpo. Sus Calzas obviamente ajustadas y la remera blanca que dejaba traslucir apenas sus pechos sin corpiño, me volvieron loco. 
-hola Luis- me dijo con una sonrisa muy sexy 
-hola Vero, ¿que está pasando?- dije yo que no podía quitarle los ojos de las tetas aunque tratara de disimular 
-el lavarropas no enciende, y te necesito – me dijo mientras entrábamos a la casa. 
Ese “te necesito” resonó en mi mente como un grito, y la verdad que estuve a punto de girarme hacia ella, pero a duras penas pude contenerme 
-¿me necesitas?- dije yo tratando de disfrazar un poco un poco la situación con una risa. 
-para el lavarropas, tonto- exclamó mientras me daba una suave palmada en la espalda y volvía a reir. 
Llegamos hasta el lavadero, me paré delante del aparato. 
-bueno, vamos a ver este bebé- dije yo haciéndome el hombre superado 
Realmente no encendía, por lo que me volqué sobre el lavarropas tratando de llegar hasta la parte posterior, donde se encuentra el fusible. No pude dejar de advertir que Vero se volcó hacia delante, como tratando de mirar hacia donde yo trataba de llegar, en esa posición y por el escote de su remera no pude dejar de mirarle las hermosas tetas con pezones y todo. 
-¿te gustan?- me preguntó de repente 
Yo me quedé petrificado, sorprendido infraganti no pude reaccionar 
-perdoname, no pude dejar de mirar – dije yo paralizado y con un poco con vergüenza. 
Ella se quedó mirándome fijo, sin cambiar de posición. Allí vino nuestro primer beso, en una de las posiciones más incomodas que pueden existir, ambos volcados hacia la parte trasera del lavarropas, el beso fue breve pero tremendamente cargado de dulzura y deseo. Nos enderezamos y yo la abracé 
-perdoname, no pude dejar de besarte- le dije riendo por la repetición que acababa de cometer. 
Ella no me contestó con palabras, me ofreció nuevamente sus labios y yo me sumergí en ellos, recuerdo como le acaricié la nuca mientras nos dábamos un beso extremadamente largo y pasional. Así trenzados comenzamos a caminar a ciegas, llegamos hasta un largo sofá, donde ella se recostó, yo maquinalmente le saqué la remera, ella quedó con sus bellas tetas al aire, yo como si fuera un niño frente a un juguete nuevo me quedé largos instantes observándola, mientras yo me sacaba los pantalones. 
-no me respondiste si te gustan- me dijo sonriendo 
-me encantan- contesté casi sin voz 
Suavemente me abalancé sobre ella, mi lengua comenzó a jugar con sus pezones, sus manos fueron directo a mi nuca, acariciándome con ternura y pasión. Cada tanto yo le acariciaba las tetas y volvía a besarla, nuestros labios se unían fuertemente. 
-es una locura- me dijo 
-no me importa- respondí 
-Tu…esposa es mi mejor amiga- agregó 
-no me importa- repetí 
Me desprendió la camisa, nos pusimos de pié y yo comencé a bajarle la calza y sin querer tomé a la vez su tanga, dejándola de un solo movimiento completamente desnuda. Ella me miró directo a los ojos. La tomé de una mano 
-date una vueltita para mí- le rogué 
Ella accedió, poniéndose de espaldas y moviendo su culo sólo para mí 
-sos una diosa- le dije mientras la atraje hacia mí, mis manos se posaron en su vientre, para apoyarla contra mi verga, que estaba dura como nunca. 
-mm, que durita que está- me dijo 
Nuevamente se giró, y poniéndose de frente a mí, me miró fijo mientras sonreía, comenzó a agacharse, me dio un beso en el pecho mientras sus manos volaron hacia mi verga, que como un animal que reconoce inmediatamente a su dueña, se puso más dura aún. 
-como deseo esa verga- dijo mientras ahora el beso se depositaba en la punta de mi pija 
Yo le acariciaba la nuca, continué recorriendo su espalda mientras ella ya se introducía mi verga completamente en la boca, llegué con mis manos hasta su cintura, luego mientras observaba su bello culo desde mi perspectiva, lo acaricié delicadamente, pues realmente me parecía mentira lo que me estaba sucediendo. 
Ella se enderezó, interrumpiendo mi esplendorosa visión, me dio un leve empujón y me hizo sentar en el sofá, luego ella se colocó entre mis piernas y se fue arrodillando muy lentamente mientras sus manos me acariciaban distintas partes del cuerpo. 
-¿te dije que quiero tu verga?- me preguntó 
-si- le dije entregándome 
-¿Y qué quiero tu leche?- sus manos me acariciaban los testículos 
-si- repetí 
No voy a olvidar el instante en que comenzó a sentarse sobre mí y de frente, y como en el preciso instante en que mi pija hizo contacto con su clítoris, ella lanzó un gemido celestial mientras su cabeza se echó hacia atrás, mis manos volaron hacia sus nalgas y ella inició un lento movimiento cargado de gemidos. Mi dedo índice encontró la pequeña rugosidad de su ano, y una caricia fue como si le hubiera clavado mil pijas, ella abrió enormes sus ojos, para luego adoptar un gesto suplicante 
-no me sueltes más – me rogó mientras comenzaba a aumentar su ritmo 
-te la voy a dejar adentro hasta el fin del mundo- dije yo 
Ahora, sus ojos cerrados con fuerza acentuaban su gesto suplicante, y su voz entrecortada por quejidos era como el canto de las sirenas que me hechizaba cada vez más. 
-si…cojeme…así- decía mientras sus manos se apoyaban en mis hombros 
Yo jadeaba como un perro tratando de contener el tropel que sentía con mi proximidad a acabar. 
-si amor, dame así- decía ella casi en un grito 
Sus uñas se clavaron en mi piel, el dolor que me produjo, fue el complemento perfecto para que mi semen explotara en su interior, mientras jadeaba desesperadamente indicando su orgasmo, lentamente bajamos el ritmo hasta quedar inmóviles, aún con mi verga en su vagina. Se volcó hacia mi hombro mientras me daba pequeños besos a lo largo del cuello. 
-¿Qué vamos a hacer?- me preguntó ella con dulzura 
-coger como locos- le dije arrancándole una risa 
-de verdad te pregunto- ahora me tomó el rostro y me miraba a los ojos 
La proximidad de su boca, hizo que no pudiera resistirme a darle un largo beso, que sumado a sus tetas que se apoyaban contra mi pecho, hicieron que mi verga volviera a recuperar la dureza todavía dentro de su vagina. 
-¡epa!, el muchachito todavía quiere jugar- dijo ella riendo 
En el instante en que ella comenzaba a moverse, no se que fuerza del destino hizo que sonara mi teléfono celular. Era Sara, mi esposa. El salto que dí fue como si la tuviera frente a mí. 
-hola Sarita- dije tratando de disimular 
-¿Cómo va todo?- me preguntó 
-estoy tratando de sacar un fusible, parece que está quemado- yo trataba de agregar un poco de tranquilidad a mi voz. 
-mirá, yo calculo que en quince minutos ando por allá- me dijo muy tranquilamente 
-bueno, te espero- le dije yo mientras cortaba la comunicación 
Vero vio mi cara de desesperación 
-¿Qué pasa?- su rostro demostraba alarma 
-en quince minutos está acá- le dije como si nuestras vidas dependieran de ello. 
Ahora recuerdo divertido como me vestí apresuradamente, mientras trataba de caminar hacia el lavarropas, tropezando con mis pantalones aún por la mitad, buscaba mi camisa y mi calzado y trataba de prenderme el cinturón. En cambio Vero divertida y totalmente desnuda, recogió su ropa tranquilamente y se fue caminando lentamente hacia su dormitorio. 
Apareció con un pantalón de jean, una remera amplia y unas pantuflas, justo en el instante en que yo lograba sacar el maldito fusible y a la vez sonaba el timbre de calle. 
Cuando Sara entró, fue directo hacia mí, yo exhibía el fusible en mi mano como si fuera una enorme espada. 
-este es el hijo de puta- dije yo exagerando el triunfo como si hubiera construido las Cataratas del Iguazú con mis manos. 
-eso no está quemado- me dijo mi esposa 
Me quedé petrificado mirando al frente, lentamente fuí girando mi vista, realmente no lo había mirado, por lo que sentí que había quedado al descubierto absolutamente toda la verdad. 
Con alivio ví que realmente estaba chamuscado, y recordé que mi esposa no entendía absolutamente nada de electricidad, por lo que hubiera dado lo mismo si el estúpido fusible estaba quemado o no. Busqué las llaves de mi auto rápidamente 
-Voy a comprar uno- dije yo tratando de escapar hacia la calle. 
Así terminó lo que fue el encuentro con la Amiga de mi esposa. 

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